Entre un montón de manías tenías que azotarme tú, incomprensible percepción de la nada. ¿Estás ahí? Definitivamente tu ausencia se siente, peor que cualquier cosa que haya experimentado. Las lombrices en la tierra haciendo sus movimientos de incrustación, mientras ambos, mirándonos causamos miedos a los espectadores. Estaban tan tranquilos antes de conocernos, no había nada lógico en mis palabras, insolencia y decoro se perdieron, ¿en dónde estás? Me siento solo.
Una tarde después de habernos encontrado tuve ganas de resolver la vida, muerte en conjunto, destrucción inminente, ¿qué está sucediendo en mi mente? Descuida, trabaja tranquilo, el escritor absurdo no ha puesto nada que sea comprensible, ¿tienes miedo? De nada deberías tenerlo, estamos para ocultarnos más ante lo que sea que venga, me distraen las malas opiniones, o tal vez no. No me importa nada de lo que el creyente desarrolle independiente, ¿tranquilidad? Nadie puede hacerse cargo de ese horror.
Los besos en tus manos me hundieron entre sus cenizas, podríamos reescribir la historia, destripando las manías incomprensibles, las que con psicotrópicos ha sido redactadas nuevamente para excluirnos de la verdad completa, la emoción y la nostalgia de una editada solución a lo que somos, fatiga cada segundo.
Entre el sueño de no saber qué está sucediendo, ¿qué es un vórtice? Podríamos decir que el desprecio de los elementos ha sido parte de una explicación de lo que no sucede, me destruye el cuento, el tiempo, el mundo, las referencias, ¿en qué punto se volverá a mencionar que la turra verborrea nace de entre las cenizas de un intelecto malintencionado, definitivo?
La mugre en sus entrañas desparramándose por todo el suelo, a nadie le gusta eso, prefieren leer cosas claras y específicas; ¿lo odias? Sin duda. Te pesa no encontrar sentido en lo que dice un autor desconocido; no porque se haga parecer mejor que tú, sino porque tu Universo está escrito a partir de versos concretos y preestablecidos, quien habla basura críptica, jamás será especialista en atención de la audiencia holística.
Estoy un poco triste porque muchas notas que había hecho las dejé como "borrador" en una cuenta de correo electrónico, duraron ahí años, hasta que decidí colocarlas en un chat privado de WhatsApp para de ahí copiarlas posteriormente en un texto más grande. Lamentablemente, al perder la conectividad con la aplicación y reinstalarla en mi equipo, esos textos se han ido permanentemente; ahora solo quedan algunos semblantes de lo que significaban.
Cuando pienso en esas circunstancias, me imagino a los grandes escritores y la enorme cantidad de textos que se han ido a la basura mientras ellos redactan. Ya sea porque fueron datos que colocaron en servilletas, información que escribieron en herramientas que se les extraviaron o descompusieron, cuadernos y hojas desaparecidos, y otro montón de circunstancias.
Cosas que ocurren, sin duda, valiosos detalles que uno dice: "¿Por qué no me atreví a publicarlos?" Todo definitivamente es parte de un proceso de maduración, tanto de capacidad redactora, como de intención y producción de la misma. Sin duda eso me enseñará, una vez más (pues ya me había ocurrido antes algo similar), a ser menos confiado de en dónde dejo lo que escribo, y tardar tiempos más pequeños en hacer públicas esas notas.
Duré años en adquirir una herramienta que me será útil a la hora de escribir; ya la tengo. No me costó tan cara como habría pensado, pude haberme hecho con ella antes, pero la desidia me hizo esperar hasta que cosas peores ocurrieron. No importa. Estos errores son para aprender.
Voy a escribir algo de manera continua, llevarlo hasta un punto interesante y conseguir que finalmente pueda ser visto por lectores ajenos a los que vienen aquí a mi sitio. Llevo años con eso en mente, lo sé, pero no me he animado porque ha sido todo parte de un proceso. Que si me gusta, que no me convence, que me encierro en cuanto a tramas argumentales, que me da miedo sacar cosas oscuras innecesariamente, que la desconfianza de que lo lean personas que puedan resultar ofendidas; y otro montón de excusas que no sirven para otra cosa que para atrasar lo que vaya a ser.
De nada sirve "querer", eso es simplemente una postergación de actividades: Quiero estudiar programación, quiero hablar otro idioma, quiero leer, quiero conocer, quiero explorar, quiero viajar, quiero enamorarme, quiero casarme, quiero formar una familia, quiero tener hijos, quiero comprarme un vehículo, quiero adelgazar, quiero hacer ejercicio, quiero comer saludablemente, quiero mudarme, quiero encontrar un mejor trabajo, todas frases vacías que nos llevan a un punto mental en el que no hacemos absolutamente nada, apasionados ante la idea de ser unos frustrados empedernidos que no hacen otra cosa que quejarse de la insuficiencia: No tengo tiempo, no tengo dinero, no tengo amigos, no tengo oportunidades, no tengo respuestas, no tengo ganas.
Hasta ahora todo lo que he puesto aquí forma parte de un desarrollo personal, entre subidas y bajadas de peso, pérdidas de interés y apasionamientos esporádicos, viajes en cuanto a letras que se vuelven caminos sin retorno, paseos vacíos por la introspección en los que lo único que encuentro es un espejo viejo y rojo que al mirarme ve a un miedoso más, que no afronta sus temores y no quiere superar sus debilidades, que le da pena que lo lean y vean dentro de él lo que más teme mostrar.
Hoy tengo ganas de escribir, de explicar lo que pasa en mi mente. Bueno, no es verdad, ni yo mismo puedo comprender todo lo que pasa en mi mente, solo me detengo a ver lo que sucede alrededor, y me fascino por todos, por cuanto logran, por sus éxitos, por sus frutos, por sus méritos. ¿En dónde estoy parado? Jamás lo sabré, porque dedico tanta energía a comprender el entorno que termino sin darme cuenta de lo más importante, ¿quién está redactando la historia de mi vida y por qué se tarda tanto en llevarme a escenas interesantes? Al ritmo que vamos, el probablemente único lector que llegue se habría hartado en el primer capítulo, tan aburrido y falto de acción, sedentario y con desarrollo poco ágil.
Estaba en medio de la nada charlando con mi consciencia cuando súbitamente el reloj dio las nueve, era hora de salir de ahí y caminar alrededor intentando reconocer y adaptarme al terreno; pero era igual, todo era exactamente lo mismo en la gran ciudad como ocurría en los pequeños pueblos, quizá la única diferencia es que el dolor dominante del hábitat verde se transformó en gris, el cielo azul en blanco y las montañas ahora eran construcciones de hormigón.
Conforme avanzaba, los escenarios se volvían cada vez más comunes. Estaba el tipo tratando de impresionar a su conquista más reciente con un regalo valioso en mano, la dama reacia a complacer su súplica; dos metros adelante une joven mujer con la vista puesta en los aparadores de la tienda comercial, doscientos transeúntes cruzando al otro lado de la calle, la mitad vestidos de traje y corbata y con prisa ante el semáforo dándoles el paso. Seguí avanzando, un par de cuadras más, tras encontrarme con un par de personas que casi me arrollan por su ritmo, mientras, lentamente desplazándome por las fascinantes edificaciones que transitaba. Pude ver el rostro de desprecio al observarme de un par atractivas y bien vestidas señoritas; pues claro, no esperarían que alguien con mi perfil y de mi calaña compartiera la banqueta con ellas siquiera.
Tenía deseo de contar una historia, pero que no se quedara en eso solamente; habría que ponerme en pie de guerra contra lo único que me limita, el tiempo. Porque ustedes tal vez no lo sepan, pero cada que me pongo a redactar, me sumerjo en un universo de palabras y oraciones que aparecen en mi mente una tras otra, queriendo expresar algo sin perder la trama.
No nací siendo sofisticado, ni he crecido entre ramificaciones de glorias o cosas por el estilo; entre las ocurrencias que llegan a mi cabeza se encuentra el hecho de que no puedo abandonar mi origen o desarraigarme de la gente que me ama. Sin importar que eso en algún momento pueda ser motivo de desagrado para algunos, realmente no me importa. Sin embargo, aquí estoy, de alguna forma encontré la voluntad para contarles lo que sucedió a continuación:
Aproximándome al edificio vi a un hombre recostado sobre una pared, ¿quién soy yo para juzgarle? Estaba ahí, acostado y sucio, cubriéndose a penas con una cobija para pasar el frío de la noche. Quisiera ser capaz de ayudarlo, hoy más que nunca mi corazón se encuentra dolido por las cosas que ha experimentado. El tipo no cruzó palabra o mirada conmigo, siguió en lo suyo. Acurrucándose y colocándose la ropa encima.
Me acompañaban a penas trescientos pesos en la cartera, seguramente me servirían para pagar mis comidas hasta que me pagaran; ya había dejado atrás al mendigo por unos diez pasos, repentinamente sentí cómo una mano mucho más fuerte que el peso de mi cuerpo se colocó sobre mi pecho y me sostenía evitando mi avance. Durante todo mi andar nocturno no había sentido el frío tan intenso dentro de la piel, los ojos se me que llenaron de lágrimas al tiempo que la presión era más intensa, me tuve que detener.
Minutos más tarde me encuentro escribiendo esto, sin un centavo en la cartera pero con la confianza de que he hecho un pequeño bien a alguien que lo merecía. A veces, ahogados en nuestro ego y autocompasión, consideramos más importantes uno o dos días de carencia nuestros que todo lo demás, e ignoramos que hay personas que duran así semanas e incluso meses sin que nadie les abra la mano y sin decir palabra les brinde algo a cambio de nada.
Cosas que pasan en pleno 2019:
Ruidos en la noche no me dejan dormir; ah, esperen, estaba soñando esos ruidos. Durante el sueño descubro que unas diez personas con rostro de piedra me persiguen mientras el ruido de sus pisadas es el mismo que brincotear entre charcos.
Es de madrugada y a penas una luz iluminó lo que sería sus caras para permitirme identificarlos. Horas más tarde, una o dos, estaba despierto, sin sueño, pensando en cómo solucionar unos pendientes en mi vida; tendría que ser menos complejo de lo que parece. Entonces, ver el reloj es pertinente antes de encender la computadora... Para hacer cuentas, para reducir variables... 4:06 AM, todavía falta un rato para que sea tiempo de irme a la oficina.
Máquina en cama, brillo al mínimo, tecleo de contraseña, se despliega el buscador, "recuperación y restauración de certificados", dos enlaces patrocinados, clic... Minutos más tarde estaba descargando un archivo disponible para mis 64 bits; no funciona el generador a partir del movimiento del mouse, como siempre, páginas y aplicaciones parcialmente funcionales.
6:00 AM, hice lo que pude, me meteré a bañar más temprano, ya qué, sirve que espabilo. Aquí estoy tres horas después con sueño, pensando en que de haberme vuelto a dormir, quizá los hombres con rostro de piedra serían amistosos conmigo, o tal vez no, pero me sentiría un poco menos adormilado.
Algo me pasó hoy que les contaré a modo de minicuento:
Desde el primer momento que la vi, esa rubia de cabello corto me robó un suspiro. Es verdad que he confesado que no salgo mucho, por lo que me cuesta trabajo encontrarme por la vida mujeres atractivas comúnmente, pero las cosas cambiaron esa tarde, no solamente por que compartíamos el rumbo de nuestro andar, sino porque siempre he pensado que imaginarme a una persona sin cabello es la manera de descubrir si me parece realmente o no atractiva.
Estuvimos así durante cuatro o cinco cuadras, a quizá unos treinta metros y una calle de distancia (porque he de reconocer que para no parecer un personaje acosador, si una mujer anda en el mismo sentido que yo, procuro rebasarla o cruzarme para brindarle un poco de seguridad); pero la dama seguía por el mismo rumbo que el de un servidor, girando en la misma esquina que yo habría de girar, esperando junto al mismo semáforo.
Unos instantes después ahí estaba, ingresando al mismo edificio que yo. Me sorprendí porque no la había visto antes. De esa manera transcurrió el día y le confesé a mis compañeras que ese día la sola presencia de una muchacha guapísima que compartió la misma ruta que yo me había alegrado la mañana.
Más tarde ese día la vi de nuevo, se encontraba afuera del penthouse, justo frente al espejo unidireccional cuyo reflejo daba a mi escritorio. Sonreí, les comenté de nuevo a mis compañeras para que concordaran conmigo que efectivamente era una güera atractiva. "Seguramente no es nacional", comenté. Podría ser francesa o algo así.
Piernas gruesas como robles, formadas por el ejercicio, genes bruscos y dominantes, mirada profunda, rostro reluciente ante el baño de los rayos solares. Al tiempo se retiró nuevamente; pero habíamos llegado a una conclusión clara: trabajaba ahí, no sabía en qué piso, no sabía en cuál empresa, pero sin duda era nueva en el edificio y la estaríamos viendo regularmente.
Los días pasaron y aunque la vi un par de ocasiones, me parece que fueron súbitos y fugaces encuentros; debido a que me cambiaron de oficina, mis horas habituales en la anterior ubicación se redujeron considerablemente. Estaba bien, no había lío, el único punto a lamentar es que probablemente vería mucho menos a la que a mi parecer, era la mujer más atractiva en el lugar.
...
Hoy decidí usar traje para ir al trabajo. Tenía ganas y la ropa limpia, nada me lo impedía; además estaba el hecho de que mañana no hay necesidad de usar corbata, por lo que decidí darme el gusto. Día normal, realizando labores interesantes, aprendiendo un poco más, todo tranquilo.
Del mismo modo al volver a la otra oficina actividades regulares (la que se encuentra cerca de mi casa, en la que solía estar antes), un poco de código por aquí, un par de correos por allá. Listo, es hora de irse, me encamino al elevador del penthouse como antes mencioné, presiono el botón de planta baja y me volteo acercándome un paso a esperar a que se abran las puerta. Avanza un piso, avanza dos pisos y el elevador se detiene.
Me había retirado la corbata y la coloqué en el bolsillo derecho de mi pantalón, dejando que una parte de la misma quedara colgante. Se abrió la puerta del elevador detrás de mí, pasos de una persona ingresando:
"Hola", me dice. "¿Ahí se usa la corbata?" Di media vuelta y ahí estaba, la fascinante chica de la que va toda esta historia. Dudé un poco (pues es bien sabido que me pongo nervioso cuando la belleza de una mujer me impresiona, perdón). "Ah, hola. No, no se usa ahí, pero me la quité porque ya me había cansado." Dije retirando la corbata de mi bolsillo e instantáneamente ofreciéndosela para que la tomara de mi mano. "¿De dónde eres?" Pregunté. "Soy de Rusia", respondió. "Te ves muy bien de traje", dijo al momento que las puertas abrieron de nuevo en nuestro piso de destino.
Para lo único que me alcanzó el aliento fue para decirle: "Muchas gracias, buenas tardes", previo a invitarla a salir adelante y regocijarme por dentro durante unos minutos tras no haber pasado desapercibido ante su criterio. Y ya está, lo único que me quedaba por hacer era celebrar en mi interior y venir felizmente a contárselo a alguien; tal vez nadie lo lea o quizá parezcan meros churros sacados de mis anhelos más profundos; pero al menos en mi mente y corazón queda el recuerdo de cómo una hermosa mujer rusa hoy me vio atractivo.
Vivimos constantemente en medio de una batalla contra nosotros mismos en la que no hay un vencedor. Nuestro ego nos mueve a creernos capaces de todo lo que nos hemos propuesto, al tiempo que el entorno con sus duros golpes nos hace entrar en razón y darnos cuenta que la realidad es mucho más compleja que el solo "desear". Los argumentos para justificarnos son inválidos, actuamos bajo criterios, convicciones y vanidades personales, porque claro, no queremos afrontar la responsabilidad que conllevan las malas decisiones que tomamos; preferimos defendernos o volvernos víctimas antes de soltarle la cruda verdad a quien nos ve al espejo, pues somos débiles, y en nuestra humana debilidad abrogamos las leyes que antes nos pusimos para seguir coexistiendo, pues a largo plazo de eso se trata todo, de la mutua tolerancia que existe entre nuestra parte más ambiciosa y la conformista. En un punto caemos en cuenta que no hay ni habrá nada más relevante y trascendente que el amarnos, tolerarnos y respetarnos, y cualquier mérito por pequeño que sea siempre traerá consigo recompensa en agradecimiento a la ejecución sinérgica y armónica de las partes que nos otorgan razón de ser.
Entonces descubrí que todo el asunto de la poesía y la literatura no era más que una máscara ante mi incompetencia social; debería de haberlo pensado antes, el tiempo había pasado y la cantidad de textos que coloqué en la red superaba el millar con facilidad. Los números de los psicólogos y contactos especialistas en el trato de la mente daban vueltas por mi cabeza, había que recapacitar o aceptar que el tiradero que hube causado a mi paso era solo responsabilidad mía.
Entre las penas que dejé en el pasado, las cosas por las que tuve que atravesar, estaba el hecho de que algún día me transformé positivamente gracias al amor propio, pero la suma consecuente de errores en mis idealizados y sombríos amoríos provocó que una vez más autosaboteara mis convicciones; de nada servía todo el conocimiento adquirido cuando al espejo únicamente veía aquello por lo que no quería salir a la calle, lo que se convertía en una barrera ante cada intento de conversar con alguien, y no se diga el hecho de que mi incapacidad siempre salió a flote recordándome constantemente en lo que era débil.
Me extinguí lentamente en los tormentosos brazos de la autocompasión, al tiempo que animaba a otros a no hacerlo nunca, porque en el fondo aunque fuera una persona que no tardaba en hacerse daño a sí mismo, pues estaba obsesionado con la idea de que no merecía nada; ya saben, el clásico "nada soy, para nada sirvo", trataba como fuera de que otros no pusieran un solo pie en ese escabroso camino.
Conforme los días, las semanas y los meses se cumplieron volví a estar en el sitio que conocía de antaño, dejando que el hermético ermitaño del que siempre huí se acercara a mí hasta apropiarse de mis sentidos y determinaciones.
Lo peor estaba por llegar, había convertido mis metas en futiles puntos en la línea temporal de mi existencia, cargados de desesperanza; se me terminaron las ganas de cualquier cosa que rindiera frutos más allá del despertar para conseguir que un día más terminara, pues estaba enfrascado en una guerra de la que no podía resultar vencedor, contra una incomprensible insatisfacción interna; aunado a lo anterior, el vórtice de vicios acababa conmigo, pues el malpensar, el pseudointelectualizar y el filtrar a través de mis complejos cualquier circunstancia externa no hacía más que dañarme al punto de no parecer tener una salida.
Si se preguntan cómo es que he abandonado ese mal, no lo he hecho completamente, porque en el más oscuro de mis momentos encontré algo que me aterró todavía más; que aquellos que pasamos por sendas de debilidad tendemos a hundirnos por miedo a ser exhibidos, etiquetados y atormentados; y lo peor, cuanto más doloroso es el proceso y más nos mostramos honestos cuando expresamos debilidad, peor somos vistos por el estereotipo de seres perfectos que nos rodean, pues saben y se sienten con toda la libertad de pisotearnos cuando nos encontramos susceptibles, creyendo en su vana forma de ver las cosas, que lo que nos presentan como excelencia es a lo que por lo menos deberíamos de aspirar.