La gente expresa su opinión en estos días libre y públicamente a través de redes sociales y demás instrumentos de comunicación muy fácilmente. En las cuales, filtrando únicamente en su criterio y acuñados a la libertad de expresión, determinan qué es aquello que está bien y qué no, develando tanto carencia intelectual como una pobreza cultural impresionante.
Sin embargo, mi querido lector, déjame decirte que vivimos en una especie de burbuja influenciada; tenemos sobre nuestras cabezas una corteza de desinformación repleta de filtros que a la par de éstos sistemas electrónicos egocentristas con señuelo de interpersonales, nos llevan de la mano a la asimilación de realidades en base a lo que nos agrada ver, escuchar o leer.
La estructuración de los núcleos sociales en torno a la aceptación de aquello que satisface a nuestro yo y la supresión inminente de aquello que nos incomoda nos vuelve más binarios de lo que debería, optando entre deslizar a la izquierda o derecha, regalar o no un "me gusta", agregar o eliminar de amigos o favoritos, cada una de las determinaciones con las que nos topamos en la vida.
Entonces, ya inmersos en ese camino, nos volvemos una especie de bebés en guardería ávidos de atención, quienes no solo rogando, sino en pleno berrinche reclamando a nuestros cuidadores (en este caso todos los que nos rodean) que nos consientan, conseguimos que nos observen y digan lo bien que lo estamos haciendo en la vida.
De la mano de eso, pensar se ha vuelto cada vez una institución más compleja de discernir, y el efecto Dunning-Kruger está presente en casi cada uno de esos allegados que profesan sabiduría y conocimiento superiores, pues la habladuría no es otra cosa que el intento mismo del ignorante de hacerse reconocer como intelectual.
Ya encarrerado en versos, tendría que decir que ha sido para mí un honor aprender con el trascender de mis días a reconocerme como alguien que no está aquí para caerles bien a todos, y por consiguiente agradecer el hecho de que haya algunos incluso, que se hayan dado la molestia de esforzarse en demostrar sus diferencias o similitudes para conmigo. Al final es algo que tampoco me importa.
Pues no hemos venido aquí a ser iguales mutuamente, básicamente porque estamos constituidos de particularidades que nos hacen únicos, desde los genes hasta las decisiones; cada uno tiene que saber qué es lo que lo motiva a seguir o a, en cualquier punto de la carrera, rendirse con merecidos honores.
Tampoco estamos aquí para decir qué están haciendo los demás mal o bien, pues la introspección y un criterio bien desarrollado involucran adentrarse demasiado en uno mismo y en saber que por muy estupendos que seamos en nuestras capacidades, inversamente seremos patéticos en terrenos para los que somos débiles. Al final, la libertad de expresión resulta en un montón de basura utópica e idealista solamente.
//Lo escribí para Toqueteros el 2 de Julio de 2017.
Sin embargo, mi querido lector, déjame decirte que vivimos en una especie de burbuja influenciada; tenemos sobre nuestras cabezas una corteza de desinformación repleta de filtros que a la par de éstos sistemas electrónicos egocentristas con señuelo de interpersonales, nos llevan de la mano a la asimilación de realidades en base a lo que nos agrada ver, escuchar o leer.
La estructuración de los núcleos sociales en torno a la aceptación de aquello que satisface a nuestro yo y la supresión inminente de aquello que nos incomoda nos vuelve más binarios de lo que debería, optando entre deslizar a la izquierda o derecha, regalar o no un "me gusta", agregar o eliminar de amigos o favoritos, cada una de las determinaciones con las que nos topamos en la vida.
Entonces, ya inmersos en ese camino, nos volvemos una especie de bebés en guardería ávidos de atención, quienes no solo rogando, sino en pleno berrinche reclamando a nuestros cuidadores (en este caso todos los que nos rodean) que nos consientan, conseguimos que nos observen y digan lo bien que lo estamos haciendo en la vida.
De la mano de eso, pensar se ha vuelto cada vez una institución más compleja de discernir, y el efecto Dunning-Kruger está presente en casi cada uno de esos allegados que profesan sabiduría y conocimiento superiores, pues la habladuría no es otra cosa que el intento mismo del ignorante de hacerse reconocer como intelectual.
Ya encarrerado en versos, tendría que decir que ha sido para mí un honor aprender con el trascender de mis días a reconocerme como alguien que no está aquí para caerles bien a todos, y por consiguiente agradecer el hecho de que haya algunos incluso, que se hayan dado la molestia de esforzarse en demostrar sus diferencias o similitudes para conmigo. Al final es algo que tampoco me importa.
Pues no hemos venido aquí a ser iguales mutuamente, básicamente porque estamos constituidos de particularidades que nos hacen únicos, desde los genes hasta las decisiones; cada uno tiene que saber qué es lo que lo motiva a seguir o a, en cualquier punto de la carrera, rendirse con merecidos honores.
Tampoco estamos aquí para decir qué están haciendo los demás mal o bien, pues la introspección y un criterio bien desarrollado involucran adentrarse demasiado en uno mismo y en saber que por muy estupendos que seamos en nuestras capacidades, inversamente seremos patéticos en terrenos para los que somos débiles. Al final, la libertad de expresión resulta en un montón de basura utópica e idealista solamente.
//Lo escribí para Toqueteros el 2 de Julio de 2017.
La gente expresa su opinión en estos días libre y públicamente a través de redes sociales y demás instrumentos de comunicación muy fácilment...