Desde que empecé anoche a soñar, el sudor abordó mi cuerpo y la inquietud de estar en un lugar ajeno a mi casa me hizo suponer que el sueño a continuación no sería lo más agradable que tendría, y así fue:
Caminando por las oscuras calles de una ciudad de México a finales de los cuarentas, con ropa hecha a base de harapos y transeúntes que se le quedaban viendo al pasar, en la incomodidad de una noche solitaria y el apagado ajetreo cercano a un mercado o central de abastos, ahí estaba tirado y lo observaba bien.
Mi ropa en comparación con la que el hombrecillo portaba era de lujo, perteneciente a la calaña política y alguien de supuesta sangre y familias de abolengo.
El tipo tirado volteó y me escupió a los pies.
Como un resorte instantáneamente estiré la pierna hacia atrás y coloqué una patada en su mentón.
— ¡Imbécil! —le dije.
Tras sobarse el rostro comenzó el monólogo entre pausas:
— Los hombres, como tú, hacen lo posible por desaparecernos. Siempre estaremos, espinas a sus pies. Haremos que lamenten en un punto de la historia lo mal que nos tratan. Nos hieren y persiguen. Nos encarcelan. Nos matan.
Manipulando prensa y publicaciones periódicas se han apoderado de las mentes de jóvenes y asociados, supuestos asociados creyentes de sus mentiras. Crean guerras a partir de sus bolsillos, las pandemias e infecciones no son más que sus métodos amenazantes de control masivo. Con sus sistemas de poder llevan siglos dominando el planeta, al final, deben de saber que ustedes no son los que lo gobiernan.
No seremos piezas de su juego, y al no serlo buscan mantenernos como escoria, despreciados.
No nos venderemos a su sistema, como príncipes y reyes han hecho hasta ahora.
Terminarán solos. Abrumados. Destruidos por sus propias inmoralidades. Dementes.
Su deseo de poder y orgullo los ha llevado a perder su humanidad. Su intelecto. Idiotas...
En ese momento desperté, volteando a la puerta, sintiendo como si alguien hubiera escuchado la claridad con la que ese hombre me había hablado. Amaneció.
Caminando por las oscuras calles de una ciudad de México a finales de los cuarentas, con ropa hecha a base de harapos y transeúntes que se le quedaban viendo al pasar, en la incomodidad de una noche solitaria y el apagado ajetreo cercano a un mercado o central de abastos, ahí estaba tirado y lo observaba bien.
Mi ropa en comparación con la que el hombrecillo portaba era de lujo, perteneciente a la calaña política y alguien de supuesta sangre y familias de abolengo.
El tipo tirado volteó y me escupió a los pies.
Como un resorte instantáneamente estiré la pierna hacia atrás y coloqué una patada en su mentón.
— ¡Imbécil! —le dije.
Tras sobarse el rostro comenzó el monólogo entre pausas:
— Los hombres, como tú, hacen lo posible por desaparecernos. Siempre estaremos, espinas a sus pies. Haremos que lamenten en un punto de la historia lo mal que nos tratan. Nos hieren y persiguen. Nos encarcelan. Nos matan.
Manipulando prensa y publicaciones periódicas se han apoderado de las mentes de jóvenes y asociados, supuestos asociados creyentes de sus mentiras. Crean guerras a partir de sus bolsillos, las pandemias e infecciones no son más que sus métodos amenazantes de control masivo. Con sus sistemas de poder llevan siglos dominando el planeta, al final, deben de saber que ustedes no son los que lo gobiernan.
No seremos piezas de su juego, y al no serlo buscan mantenernos como escoria, despreciados.
No nos venderemos a su sistema, como príncipes y reyes han hecho hasta ahora.
Terminarán solos. Abrumados. Destruidos por sus propias inmoralidades. Dementes.
Su deseo de poder y orgullo los ha llevado a perder su humanidad. Su intelecto. Idiotas...
En ese momento desperté, volteando a la puerta, sintiendo como si alguien hubiera escuchado la claridad con la que ese hombre me había hablado. Amaneció.
Visión
Por
RokCK (RokCK)
Desde que empecé anoche a soñar, el sudor abordó mi cuerpo y la inquietud de estar en un lugar ajeno a mi casa me hizo suponer que el sueño ...