Llevo un universo de pensamientos en la marea de mi mente, y siento la necesidad de exorcizarlos antes de sumergirme en el sueño. De momento, me encuentro arrastrado por una ola de frustración, incapaz de completar un par de algoritmos que, desde mi perspectiva, deberían danzar a mi ritmo con sencillez. Como es costumbre, me he visto enredado en su complejidad, así que los dejé en suspenso, como melodías a medio terminar, prometiendo a mi mismo que volveré a ellos más tarde. Ah, ciertamente, son mis propias batallas las que estoy peleando, solamente con el objetivo de afinar mis habilidades, ensayar una y otra vez.
En un segundo plano, se encuentra esta noción, este eco en mi cabeza: hay quienes se miran al espejo y se ven como un diez brillante, cuando apenas alcanzan a rozar el seis en la escala de la realidad. Mientras, existen otros, entre los que me incluyo, que nos cuesta dejar atrás esa imagen de nosotros mismos como meros unos, apenas puntos en el lienzo de la existencia.
Nos hallamos en un cosmos en constante rivalidad, donde pareciera que para ser relevante necesitas lucir de revista, tener una cartera pesada o, más crudamente aún, estar entre los muertos, como una camiseta que una vez aprecié declaraba: "Nobody cares until you're rich, pretty or dead".
Nosotros, los hombres, caminamos por este sendero con una complejidad adicional. Portamos la herencia de un aprendizaje de hogar que nos define como proveedores y protectores, sin darnos el lujo de preocuparnos sobre cuán "bonitos" nos vemos al amanecer. Cargamos con el peso de roles predefinidos, ajenos a la coquetería del espejo. ¿Es esta la verdadera belleza de la existencia? ¿O es acaso un yugo invisible que nos mantiene atados a una versión de nosotros mismos que ya no nos pertenece?
En el ojo del huracán está la hipergamia, desmantelando las fortalezas que habíamos construido con nuestras creencias y preceptos. No obstante, debo admitir, a mí no me afecta en absoluto. A fin de cuentas, este fenómeno solo consumirá a aquellos que aún no comprenden cómo los golpea directamente. Hay quienes se autoproclaman "completos" por mantener un empleo, cuando en el fondo sabemos que son náufragos en su propia miseria, luchando contra la corriente, mientras que otros nos deleitamos en esa lucha.
Y luego están aquellas mujeres, cada vez más imbuidas en su ego, persuadidas de que sus cualidades masculinas son las que atraen a los hombres hacia ellas. Caminan en el filo de su autodescubrimiento, sin percatarse de que están deshilando el tejido de su esencia femenina, dañándose a sí mismas en un acto de autoboicot inconsciente.
Porque, sí, la fortaleza, la eficiencia, la aspereza, el afán por la diversión, la crudeza, la audacia, la astucia, el intelecto, la libertad sexual, todas estas son características que, a fin de cuentas, no tienen valor en los gustos masculinos a largo plazo, al menos no en la construcción de relaciones duraderas y fructíferas. En la poesía de la vida, a veces, las palabras más fuertes no son las que más resonancia tienen en el corazón de quien las escucha.
Estamos inmersos en un maremoto de falacias, tan desbordante y abrumador que parece que, poco a poco, nos vamos quedando sin opciones, especialmente aquellos de nosotros que residimos en la base de la pirámide. Por eso, como varones, debemos edificar sobre lo que está a nuestro alcance, ya sea ingenio, supervivencia, adaptabilidad, razonamiento, finanzas, desarrollo personal, y todo aquello que no depende de haber sido bendecidos con los genes más atractivos.
Un hombre, cuando no se encuentra a gusto, se va, se desvanece; si lo rechazas y es un caballero, hará todo lo posible para no perturbarte más, incluso si eso significa desmoronarse en pedazos. En su soledad, emprenderá la reconstrucción, pieza por pieza, buscando la armonía perdida, y a veces, en el desorden de las partículas rotas, encontrará un nuevo orden, una nueva forma de ser.
En la disonancia de la existencia, cada uno de nosotros compone su propia melodía, y a veces, es en los tonos más graves donde descubrimos las notas que mejor resuenan con nuestra auténtica esencia. La verdadera masculinidad, al final, no reside en la perfección del aspecto, sino en la capacidad de seguir afinándonos en medio de la sinfonía de la vida.
La autenticidad radica en abrazar nuestra propia imperfección. Estoy absolutamente saturado de aquellos que se autopromocionan como "la crème de la crème", como si fueran productos en el estante de alguna tienda pretenciosa. Me parece claro que estas almas no poseen un espejo capaz de reflejar lo que albergan en su interior. No importa cuán espléndido puedas ser, si no tienes la capacidad de reconocer y confrontar la oscuridad que todos llevamos dentro, nunca podrás asentarte en un lugar de manera permanente.
Todos llevamos nuestras propias manchas, nuestras propias cicatrices, nuestras propias notas discordantes. Ser genuino es tocar esa canción imperfecta con la sinceridad de un corazón abierto. Cada uno de nosotros es una obra en proceso, una sinfonía inacabada. No busquemos ser "lo mejor de lo mejor", busquemos ser lo más auténticos posible, porque es allí donde encontraremos nuestra verdadera resonancia.
Me halagaron un par de veces en días recientes, cosa que me llega como un destello luminoso en este lúgubre camino llamado vida. Una amiga que ya tiene familia me dijo que cuando se dio cuenta de cómo trato a mi hermana le gustó mucho eso de mí, que de haber conocido esa forma tan hermosa de ser de mí antes, se habría casado conmigo. Lo cual agradecí y argumenté que la había regado recientemente con otras personas, y que al final estaba arrepentido por algunos de mis actos, por lo que cada día sigo aprendiendo. Otro amigo comentó que por qué no explotaba las capacidades "ocultas" que me había notado; comentario que me hizo feliz pero la respuesta es simple, para mí no es sencillo, hasta dormir me cuesta trabajo, hay un sinfín de cosas sucediendo simultaneamente en mi cabeza y el mundo es un lugar horrendo, cuando se le conoce.