Ha sido una semana eterna, a penas he podido dormir y he tenido que realizar actividades sobre temas en los que no tengo experiencia. Siento que un poco me están viendo la cara en el trabajo, ni siquiera he podido pasar acá a escribir un poco, pero ya mañana, termina este martirio temporal para el que no estaba preparado emocional ni físicamente.
En la urbe tecnocrática, donde la cacofonía digital tejía un velo de irrealidad, habitaba sumergido en una existencia binaria. Mi ser, codificado en líneas de código efímeras, se diluía con la luz del alba. Programador en las tinieblas pre-matutinas, mi alma vibraba al son frenético de algoritmos y plazos implacables. La semana ha sido un espejismo de eficiencia, un bucle infinito de desgaste y renovación, hasta que el sábado por la noche lo encontré como una cáscara exhausta ante el resplandor gélido de la pantalla.
Mientras las luces de la ciudad parpadean como luciérnagas moribundas, me sumergí en el oceano del sueño, donde las olas diluyen las fronteras entre lo que existe y lo que no. Me veo transportado a un desierto de silicio, un vacío abismal bajo un cielo inmaculado, donde el tiempo se convierte en eternidad. Y entonces, como un fallo en la matriz, emerge la sombra colosal de un Roc, sus alas un mosaico de caracteres fragmentados, su vuelo un desafío a la gravedad del desaliento.
El ave aterrizó, una anomalía en la planicie digital. Sus ojos, dos soles encriptados, perforaron la niebla de la apatía que me envolvía. "Eres más que tus ciclos de vigilia y sueño", resonó su voz, un eco distorsionado que llenaba el vacío. En un acto de fe o de locura, acepté la invitación tácita, trepando sobre el plumaje de datos corruptos, aferrándome a la promesa de un horizonte desconocido.
Ascendimos, dejando atrás la gravedad de lo predecible. Cada aleteo desfragmentaba el cielo, revelando constelaciones de posibilidades. Mientra yo observaba, maravillado, cómo el mundo debajo se transformaba en un torrente de luz y sombra, un flujo de información que cobraba sentido en su danza caótica.
"La libertad es el código más complejo", murmuró mientras navegábamos por la corriente de los sueños. Las palabras se transformaron en un software que reprogramaba mi corazón en pleno vuelo, despertando un apetito voraz por lo imposible, y una confianza inmensa ante lo posible.