Humanidad, esa estúpida cosa que nos hace sentir especiales en cualquier cosa que hacemos, que nos hace intentarlo una y otra vez conscientes en nuestro interior de que lo único que por completa seguridad en algún momento vamos a alcanzar es la muerte; esa es la meta que en algún momento de la historia cada uno alcanza.
No es un abrazo, no es un beso, no es el amor de nuestras vidas, no es la permanencia de una amistad, no es el conseguir una carrera, un triunfo, una calificación, una empresa, una familia; no, ninguno de esos objetivos utópicos es aquel que absolutamente todos hemos de conseguir en vida, solo ese que he mencionado al inicio, la bendita muerte, la purga que renueva los elementos en nuestra sociedad, el filtro necesario que separa las generaciones anteriores de las nuevas.
¿Se puede ser más cínico que aceptar que no existimos para nada más que para ser un desperdicio? Hemos destruido al paso de nuestro andar por el planeta todo lo que hemos podido, la mancha de las pisadas de los hombres han acabado con especies, con congéneres, con ecosistemas completos; y la justificación es patética, la existencia de nosotros como prioridad, cuando, no somos más que un parásito al pasar por aquí.
La humanidad está enferma, enferma de deseo por hacer y conseguir, por lograr un cambio, por procrear y destruir, por construir a enormes costos naturales, por asesinar lo poco que hay todavía funcionando naturalmente, por acabarse los recursos, por vender todo lo que pueda ser comerciable, por explotar hasta el último de los elementos a propósito.
¿Sienten pena? Yo sí, me avergüenza reconocer que soy parte de esos seres insaciables que no se adaptan y no agradecen por el despertar cada mañana haciendo un poco por mejorar el entorno. Te extraño naturaleza, me haces falta en la vida, ya no sé qué hacer mientras te siento distante de mí, no entiendo para qué sigo aquí, enfermo, contagiándote del virus que está asesinándome. Perdóname.
No es un abrazo, no es un beso, no es el amor de nuestras vidas, no es la permanencia de una amistad, no es el conseguir una carrera, un triunfo, una calificación, una empresa, una familia; no, ninguno de esos objetivos utópicos es aquel que absolutamente todos hemos de conseguir en vida, solo ese que he mencionado al inicio, la bendita muerte, la purga que renueva los elementos en nuestra sociedad, el filtro necesario que separa las generaciones anteriores de las nuevas.
¿Se puede ser más cínico que aceptar que no existimos para nada más que para ser un desperdicio? Hemos destruido al paso de nuestro andar por el planeta todo lo que hemos podido, la mancha de las pisadas de los hombres han acabado con especies, con congéneres, con ecosistemas completos; y la justificación es patética, la existencia de nosotros como prioridad, cuando, no somos más que un parásito al pasar por aquí.
La humanidad está enferma, enferma de deseo por hacer y conseguir, por lograr un cambio, por procrear y destruir, por construir a enormes costos naturales, por asesinar lo poco que hay todavía funcionando naturalmente, por acabarse los recursos, por vender todo lo que pueda ser comerciable, por explotar hasta el último de los elementos a propósito.
¿Sienten pena? Yo sí, me avergüenza reconocer que soy parte de esos seres insaciables que no se adaptan y no agradecen por el despertar cada mañana haciendo un poco por mejorar el entorno. Te extraño naturaleza, me haces falta en la vida, ya no sé qué hacer mientras te siento distante de mí, no entiendo para qué sigo aquí, enfermo, contagiándote del virus que está asesinándome. Perdóname.
Humanidad, esa estúpida cosa que nos hace sentir especiales en cualquier cosa que hacemos, que nos hace intentarlo una y otra vez consciente...