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 Pasa en ocasiones que en nuestro deseo de cambiar una cosa, terminamos cambiando veinte más, quizá nodirectamente ligadas a la anterior, pero tal cual, es lo que hay. Quisiera contar lo bien que me trata la vida, pero sería mentir solamente, me gustaría reconocer que lo "he hecho bien" aunque como saben, un montón de situaciones se escapan de mis manos.

A veces es uno mismo el que se autoboicotea, otras simplemente el entorno se vuelve una verdadera locura a la que no se le encuentra principio ni fin, ni cabida, ni punto de análisis, sucede demasiado al mismo tiempo en tantas partes que es prácticamente inútil luchar contra corriente.

Ya está, sucedió, se perdió, ni modo. Desapareció, no se logró, las reglas no aplicaron, se cayó, se rompió. Quiero llegar al día en el que de ahí en adelante me despierte agradecido por las deciciones correctas que alguna vez tomé, no recriminándome o sobrepensando, sino estando plenamente en el presente cubierto de la bondad del momento.

Pero la verdad es que ese día parece una utopía, un horizonte que se desplaza con cada paso que doy. El presente siempre parece ir vestido con los errores del pasado y las ansiedades del futuro. Y así, el equilibrio se convierte en una lucha constante, como caminar sobre una cuerda floja con los ojos vendados. Porque, ¿cómo estar en paz con el presente cuando el peso de lo que fue y lo que podría ser no deja de presionar los hombros? Nos enseñan que la gratitud es el camino, pero nadie nos advierte lo difícil que puede ser encontrarla cuando todo parece desmoronarse a nuestro alrededor.

Sin embargo, quiero creer que es posible. Que un día, al abrir los ojos, todo lo que fue caótico empezará a hacer sentido, como piezas de un rompecabezas que finalmente encajan. Quizá no se trate de que la vida se vuelva más fácil o más amable, sino de aprender a ser más suave con uno mismo, a dejar de resistir tanto lo inevitable y permitir que el cambio, con todas sus veinte variaciones imprevistas, sea parte del proceso. Porque, tal vez, el secreto no esté en evitar que el mundo se desmorone, sino en saber cómo reconstruirlo una y otra vez, desde lo que quede.

No sé qué depare el día siguiente, me aterra haber descubierto tantas cosas oscuras tan rápido en el línea de mi vida y tener que convivir con ellas lo que me resta. Al mismo tiempo, me siento feliz ante el constante aprendizaje, no hay paisaje sin muerte en su haber, por mucho que nos enfoquemos únicamente en su belleza.

Me fui, perdón, me extravié a mitad de lo que estaba escribiendo acá, me distraje con otros asuntos. Lo que quería decir, solo para finalizar, es que ya empiezo a ver cómo organizar las cosas para el próximo ciclo que pueda tener conmigo. Desde la nada, como un sorbo de agua natural, refrescante, así va a sentirse, lo sé.



Ni Modo

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