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 Esta casa, desde que llegué ha estado repleta de detalles. Reparan algo, algo más se descompone, asumimos que algo funciona, lo probamos y resulta que está inutilizado desde hace diez años. Pensar tanto en no vivir en un espacio dado al catre, me ha provocado dificultad para dormir en noches anteriores, he estado en consecuencia en menor capacidad durante el trabajo. Cómo un detalle que podría considerarse ajeno a lo relacionado con temas laborales, como que no caiga agua porque la bpmba no funciona porque está llena de tierra y tienen que renovarla, termina repercutiendo en mi tranquilidad.

Eso me lleva a recapacitar en lo cierto que es, que aquellos que cuentan con un entorno óptimo para el aprendizaje, durante sus años académicos, tienen una ventaja considerable en comparación a los que llegan sin comer, los que tienen conflictos en el hogar o que simplemente no cuentan con un lugar para ponerse a estudiar.

La brecha que nos divide entre privilegiados y los que no lo somos, es cada vez mayor; y aunque es cierto que existen poquísimas excepciones (puedo claramente contarme como una, pues aunque no soy rico, he escalado un poco en la estructura social si se me ve en pespectiva), la inmensa mayoría está condenada a permanecer en un contexto donde la separación entre sectores, por culpa de la misma inflación, es cada vez más evidente y no parece tener fin, pues es como está estructurada en primer lugar la distribución.

En fin, regresando al tema de la casa, me tiene muerto. Estoy agotado mental y físicamente y a donde quiera que volteo hay ausencia. No tengo muebles, no tengo sillas, no hay un refrigerador o un comedor; está tan vacío que me asusta. No, no me asusta la soledad, me asusta darme cuenta que muy poquitas cosas me son verdaderamente indispensables; y que el día de mañana sin darme cuenta puedo estar aislado del entorno y perderme las dulzuras de la existencia porque en mi cabeza, noventa y nueve de cada cien posesiones, son banales y puedo estar bien sin ellas fácilmente. Por eso necesito convivir, por eso está bien tener amigos, porque me ayudan a reconectar con la realidad.

Hace un par de días fui con varios de ellos a cenar, estuvimos platicando de cómo nos ha ido tras salir de la empresa en la que coincidimos (o seguir ahí, un par de ellos); como siempre, me maravillo de ver lo mucho que crecen mis conocidos y amistades; y en definitiva, me causa gozo escuchar sus historias de triunfo. Cuando estaban por cerrar el lugar, decidieron venir aquí, a esta casa, a pasar otro rato. Todo bien, pero me avergoncé mucho de no tener una silla para ofrecerles, pues en mi pleito continuo con esta casa, ni siquiera unas de las más baratas del condado y de segunda o tercera mano he podido comprarme.



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 Esta casa, desde que llegué ha estado repleta de detalles. Reparan algo, algo más se descompone, asumimos que algo funciona, lo probamos y ...