Tuve un sueño, uno de esos sueños que se deben de contar, acababa de adquirir mi nueva casa, una mansión en la zona más prestigiosa de Amsterdam, campos verdes y belleza natural la rodeaba.
Estuve casado con dos mujeres hermosas, una rubia alta de ojos verdes; una pelirroja de ojos azules. Poseía los autos más codiciados, los muros que rodeaban mi mansión eran enormes, apenas alcanzaba a ver su cúspide.
Había una docena de personas a mi servicio, desde choferes, mozos, médicos, cocineros, cada uno con dos o tres personas a su cargo.
Cuando salía de comprar, siete mujeres me hacían compañía, cuatro de ellas eran mi guardia personal, mis dos esposas y una más se dedicaba únicamente a gestionar mis finanzas. Mi equipo.
Era un hombre muy poderoso, dueño de empresas con gran poder mundial, tenía la capacidad de imponer gobiernos y destruirlos a mi antojo.
Los Magnates se referían con elogios a mí. Se me invitaba a convenciones y conferencias por todo el mundo. No cesaban de pedir mi opinión.
Mafias intentaron matarme sin éxito.
Mi vestimenta era codiciada, la joyería que me rodeaba también; de oro, platino y piedras preciosas todo marcado, señalado con mis iniciales.
Lo que pedía me era entregado en la mano. Nadie me negaba nada.
Ese día especial, me dirigía a un evento de esos habituales a gente de mi categoría, lo más exclusivo; había ordenado que se sirvieran los alimentos más deliciosos de la tierra y las bebidas más exóticas.
Viajaba en la limusina con mi equipo de confianza. De pronto, una luz lo iluminó todo, y cuando volví a abrir los ojos en mi realidad no había nada.
Me encontraba en una habitación en la que no alcanzaba a distinguir paredes, completamente blanca, mis ojos ardían a causa del encandilamiento, me sentía ligero pero temeroso.
¿Qué opina, Doctor? —preguntó la dama con los ojos puestos sobre aquel caballero de blancas vestiduras e imponentes proporciones.
Segundos más tarde. Lo siento amigo, tú ya estás muerto —dijo el Ángel revisando la lista. —Infierno —gritó después. FIN.