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 Deberíamos ser capaces de entender lo que nuestro cuerpo necesita. Es lo único que nos acompañará hasta el último de nuestros días, y a veces ponemos mucha más atención a lo que no hay de nuestro lado.

Quisiera comprender porqué razón le gusta levantarse de madrugada; en mis planes de cambiarlo todo, para su propio bien, esa es una de las cosas que más trabajo me cuesta poner bajo control recientemente. Hoy ni siquiera fueron las ganas de ir al baño las que me despertaron a las cuatro, simplemente sucedió y ya.

Alguien me dijo: Tienes muchas preocupaciones, y sí, es cierto, las tengo. Mi consciente y subconsciente lo saben, quiero hacer tanto y de mil maneras me han quedado mal, así que, en medio de esa conversación, es obvio que intento entender el funcionar de mi propio ser.

En una de las decisiones beneficiosas que he tomado, está el dejar de lado las redes sociales de mi celular, haciéndolas incluso imposibles de instalar con pasos sencillos, lo que me mantiene aislado y distante de ese mundillo que puede resultar tóxico y generalmente deprimente.

Así como los pensamientos negativos tienden a imperar en nuestra forma de navegar la vida, las acciones para mejora producen un efecto sanador en el alma. Y es de esa premisa de la que me estoy agarrando actualmente en mi andar hacia la recuperación.

Más de una ocasión reciente me he convencido de que no necesito nada, pero ¿qué pasaría en un contexto en el que de verdad no tenga acceso a nada? Lo he pensado más de una vez, no sé bien qué tanta falta me haría la supuesta comodidad o si es que realmente podría salir adelante en un mundo que se vuelca hacia su propia peridición.

En un entorno en el que se desploma lo que nos sostiene, tener el caracter y la fortaleza necesarios para mantenerse a flote es la prioridad; pero qué difícil es convencerse de que uno no es un montón de basura como se lo han dicho antes, como uno mismo se ha sentido tras fracasar.