Vivimos constantemente en medio de una batalla contra nosotros mismos en la que no hay un vencedor. Nuestro ego nos mueve a creernos capaces de todo lo que nos hemos propuesto, al tiempo que el entorno con sus duros golpes nos hace entrar en razón y darnos cuenta que la realidad es mucho más compleja que el solo "desear". Los argumentos para justificarnos son inválidos, actuamos bajo criterios, convicciones y vanidades personales, porque claro, no queremos afrontar la responsabilidad que conllevan las malas decisiones que tomamos; preferimos defendernos o volvernos víctimas antes de soltarle la cruda verdad a quien nos ve al espejo, pues somos débiles, y en nuestra humana debilidad abrogamos las leyes que antes nos pusimos para seguir coexistiendo, pues a largo plazo de eso se trata todo, de la mutua tolerancia que existe entre nuestra parte más ambiciosa y la conformista. En un punto caemos en cuenta que no hay ni habrá nada más relevante y trascendente que el amarnos, tolerarnos y respetarnos, y cualquier mérito por pequeño que sea siempre traerá consigo recompensa en agradecimiento a la ejecución sinérgica y armónica de las partes que nos otorgan razón de ser.
Vivimos constantemente en medio de una batalla contra nosotros mismos en la que no hay un vencedor. Nuestro ego nos mueve a creernos capaces...