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 Imagina darte cuenta que tus planes no están funcionando, enterarte que el ingreso que esperabas recibir simplemente no llegó, o quizá descubrir que te han robado y no saber qué hacer para superar la frustración del momento, del día, del año.

Así va mi inicio de año, terrible, derrotado, triste, solitario, con congoja y horror ante las circunstancias. Me volteo a ver al espejo y me tiro en cara lo mal que lo he hecho, o por decirlo de otra manera, las malas decisiones que he tomado.

Me encanta creer que todo es posible, e incluso para mí, será posible salir de estas situaciones que me ahogan y agobian; pero por ahora, no encuentro la puerto, trabajo para ser estafado, entrego mi vida a cambio de nula satisfacción, y las dosis dopamínicas se reducen a un par de horas prente a la pantalla. Qué tristeza.

Lo peor es que estoy deseando con toda el alma hacer las cosas bien de una vez por todas, dejarme de tonterías y aprender a controlarme; armado con libros y las mejores intenciones, sigo sin empezar siquiera. Todo mal, o yo estoy dejándome vencer otra vez.

Sin saber qué hacer, vengo a escribir un par de frases, esperando que la acción de confesarme ante una una página en blanco pueda tener cierto peso intelectual sobre la historia que estoy contando; no asumo a ser el héroe, ya no. Pero me falta habilidad para ser cualquier particularidad de villano. Únicamente soy un ente fugaz que está harto de ser pisoteado y no sabe bien por dónde avanzar para superar todo lo que lo tiene hundido.