Dualidad de la Vida

 Ser el bato raro, el que se sale del molde, el diferente, el que rechaza convencionalismos impuestos, el que se redefine cada par de meses, el que no teme al cambio ni a la adaptación, el que analiza por lo bajo y se mantiene en silencio a la hora de hacer las cosas públicas, el que maquina y produce, el que no teme a trabajar y quien se hace bueno conforme la marcha, ser el lector voraz, el pensador inquebrantable, el de sentimientos genuinos, el de identidad asimilada, el que no teme a expresar su voz pero es suficientemente prudente para evitar hacerlo, el que calla y espera con paciencia, el que no cacarea nimiedades.

Ser el representante de los oprimidos desde la óptica de los privilegiados, y uno más en el privilegio cuando te analizan los de abajo; ser ingenuo y a la vez maduro, ser creyente y al mismo tiempo un agnóstico, ser espiritual, moral y abrazarte de la inmoralidad y vulgaridad. Porque eso es parte de existir, sentir atracciones y deseos, estar llenos de defectos, traumas y complejos, pero despertar cada mañana consciente de que una visitadita al psicólogo, un baño de agua fría, una salida a caminar o un montón de letras expuestas en tu sitio privado, te ayudarán más de lo que imaginas.

Ser ese tipo de persona implica también abrazar la ambigüedad, la dualidad inherente de la vida. Es ser capaz de mirar al espejo y ver no una, sino muchas caras reflejadas: el idealista y el cínico, el artista y el pragmático, el soñador y el realista. En este mundo donde las etiquetas son fáciles de aplicar pero difíciles de despegar, ser esa persona significa rechazarlas todas, ser un enigma, un rompecabezas constante para los demás y para uno mismo. Es vivir en un constante estado de autoevaluación y crecimiento, reconociendo que el aprendizaje nunca termina y que cada experiencia, buena o mala, es una oportunidad para expandirse y evolucionar. En la búsqueda de la verdad personal, este tipo de persona se convierte en un explorador de su propio universo interior, enfrentando miedos, desmantelando prejuicios, y construyendo una identidad única que es tanto un refugio como una declaración de principios. Ser así es entender que la vida no es un camino recto, sino un laberinto de posibilidades y elecciones, donde cada paso adelante es una afirmación de la propia existencia.

¿Qué pasaría si un día despiertas y simplemente dejas de ser lo que eras ayer? ¿Si ya no tienes las mismas habilidades, ni las personas que te rodeaban están más, si has olvidado cada una de las cosas que has dicho y ni siquiera eres capaz de comunicarte en tu idioma nativo de nuevo? ¿Contemplarías el horizonte sin saber qué sigue? ¿Te dejarías caer hasta morir en el abandono y la miseria? ¿Te detendrías un momento a escuchar el latir de tu corazón que te dicta que sigues vivo y tienes mucho más para ofrecer?

En ese momento, te enfrentarías a la esencia misma de tu existencia, despojado de todo aquello que pensabas que te definía. Serías como un lienzo en blanco, libre de los trazos del pasado, con la oportunidad única de reinventarte. Podría ser aterrador, sí, pero también liberador. Sin las cadenas de tu historia pasada, tus éxitos y tus fracasos, te encontrarías en un estado de pura potencialidad. La pregunta ya no sería "¿quién soy yo?" sino "¿quién puedo ser ahora?". Este momento de desconexión total del yo anterior sería un llamado a la introspección más profunda, un desafío a construir desde la nada, a aprender de nuevo, a formar nuevas conexiones y a descubrir aspectos de ti mismo que estaban ocultos bajo capas de experiencia y hábito. Sería una invitación a vivir de manera auténtica, guiado no por expectativas o memorias, sino por el instinto puro y la curiosidad innata. En este vacío aparente, encontrarías la verdadera esencia de la vida: un eterno comenzar, una constante evolución hacia algo nuevo y desconocido.



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