Akire

Sábado por la noche. Las cosas no han ido tal como lo imaginaba. Si bien he terminado las tareas pendientes, he olvidado lo más importante. Felicitarla a tiempo. Conozco a Akire desde hace un buen rato, no es tarea, pero es algo que obviamente debí de hacer.

Me di cuenta de que no podía hacerlo, no podía comunicarle lo que sentía de ninguna manera que no fuera común. Estábamos todos de acuerdo en que ella era una chica fuera de lo común, era admirable y hermosa.

La historia que voy a contarles es de eso que nos pasó a mí y a mis otros yo previo a su cumpleaños. Tomé el móvil antes de media noche, comencé a redactar: Oh Akire, eres especial para mí, tu belleza me deslumbra y soy yo quien camina a la diestra de tu sombra, lo amo. No, demasiado cursi, me dije mientras presionaba rápidamente el botón de retroceso.

Debía ser algo mágico, pero sincero, algo grato y maravilloso, pero lógico. Además, debía ser un tanto ingenuo para evitar cualquier confusión o mal entendido del que se llamaba a sí mismo su novio.

Comencé a redactar de nuevo: Hola amiga, es un placer extremo el saber que hoy es tu cumpleaños, deseo que todas las magnificencias que tu corazón desea las poseas prontamente. No, demasiado formal. No soy su jefe, todavía.

Pensé de nuevo, el reloj pasaba de las doce ahora, era urgente que este trasto me ayudara de inmediato a encontrar la forma de demostrar los buenos deseos desde mi inspiración a aquella maravillosa chica. Observé su muro, no había nadie que la hubiera felicitado aún, era mi oportunidad perfecta, comencé a escribir de nuevo: Nena, buenos días, soy el primero en desearte un maravilloso cumpleaños, que la bondad y misericordia de los cielos se pose sobre ti este día y que juntos, si me lo permites, descubramos cada día más las verdades del universo y las apliquemos a nuestras vida, te desea de todo corazón tu amigo. No, demasiado religioso.

El reloj continuaba su camino sin descansar, necesitaba urgentemente encontrar el modo de decirle eso que siento. Pero rayos, no me salía nada, y todo lo que escribía me parecía del asco. Fui vencido por la fuerza del sueño después de las dos de la mañana, sin ideas suficientemente buenas en el cerebro.

Claro, me dije al sonar mi alarma a las siete con siete minutos del esperado día cuatro. Seré quien te levante esta mañana, mi mensaje te infundirá aliento y te dirá cuan maravilloso es para mí el haberte conocido, y lo mucho que deseo que jamás estemos alejados uno del otro. A redactar se ha dicho: Preciosa, sigo sin estar seguro de si eres o no un producto de mi imaginación, pero eres el factor clave de mis fantasías mentales. No lo sé, pero si existes, hoy cumples veinte, a partir de hoy eres para mí un ente mil por ciento "preza". De pésimo gusto, respingué mientras lo eliminaba de los borradores.

Oh rayos, tomé un puñado de agua y lo eché con fuerza en mi rostro. Me arreglé, no por ser sábado no iría a trabajar, no por ser tu cumpleaños no lo haría. Mientras me dirigía a esperar el transporte una idea llegó a mi mente: Tomaré el teléfono, siendo ya las ocho de la mañana y le hablaré, primero le cantaré las mañanitas imitando ya sea a Benito Bodoque o a Chabelo y de ahí le daré mis más sinceras felicitaciones. Mientras marcaba con el teléfono en mano una vieja idea corrompió mi decisión. ¿Quién soy yo?

Tomé el celular y nuevamente lo coloqué en el bolso izquierdo de mis jeans, es claro que había conseguido y con mucho trabajo tu número y no iba a desperdiciar mi oportunidad de conocerte con una estupidez así, debía ser más original, debía saber cómo ocultar mi excitación al escuchar por primera vez tu voz dirigirse hacia mi persona. Además, el ruido del tránsito de la ciudad me impediría escuchar a la perfección y provocaría que de vez en cuando soltara súbitos “¿qué?”. Ya en mi lugar de trabajo me armé de valor para marcar, esta vez desesperadamente porque eran las nueve y media una hora justa para marcarte, además me encontraba solo… Eso creía, hasta que atrás de mí se formó la figura de aquel que es mi jefe, maldita sea.

Quizá pocos sepan el significado de armar sesenta gabinetes en ese rato, pero es algo tedioso, se pierden tornillos, se lastiman los dedos, rabietas van y vienen. Al terminar, llegó el repartidor, yo era feliz pues mi supuesto trabajo del día había culminado y me restaba un rato de descanso en el que fácilmente podía hablarle, aunque ya no sería especial, ya no sería el primero, ya no sería mágico, ya no sería el mejor.

 Asterisco, guión bajo, asterisco. El repartidor me contó una que otro día habría sido rara noticia, pero como iba escribiéndose la historia, era más que creíble que pudiera suceder. Una tarde antes no fui a trabajar, motivo por el cual debía de “pagar” aquello llevando cincuenta registros a otra ciudad, al terminar eso, ya se habían hecho las doce y yo seguía consumiéndome por el pavor a hablar.

Así se fue la una, las dos, las tres y al filo de las cuatro de la tarde estaba ya en casa. Exhausto, muerto. Sin ánimos de nada, quería comer, quería adentrarme en la computadora y encontrarla conectada. Un deseo realmente extraño, pues a sabiendas que ella es una chica muy ocupada los fines de semana yo no quitaba el dedo del renglón.

Y así fue, no recuerdo exactamente a qué hora lo hice, pero me conecté y ahí estaba, la diosa de mis sueños. Le mandé un mínimo “hola” que jamás fue respondido y me sentí menos que nada. La red social no me quedará mal, la tenía que abrir, debía conocer en dónde estaría festejando para cuando se conectara poder mandarle una linda felicitación.

Muchas felicitaciones estaban por doquier, me dio flojera contarlas pero seguramente eran cientos de ellas. Y muchas con una respuesta de la siempre amable. Todas las respuestas fueron publicadas una o dos horas antes. Si por lo menos hubiera llegado antes del trabajo.

Está bien, los recursos se me estaban terminando, ya había intentado clavarle un mensaje a su muro, ya había intentado enviarle un SMS, ya había intentado hablarle. A esa hora, con mucha probabilidad, ella estaría disfrutando de su día en compañía de sus seres amados. Si por lo menos entendiera mi aventura.

Así que escribí un mensaje para enviárselo por la red social, pero no me atreví, acababa de llegar familia a mi casa y sería realmente imposible escribirle algo con ellos ahí. El tiempo seguía avanzando. Mis motivaciones no eran tantas esta vez, ya la había imaginado recibir muchos abrazos, felicitaciones y saludos. A esas horas, lo más que podría hacer un mensaje mío sería fastidiar y probablemente crearle conflictos personales.

Esperé, esperé más. Soy un hombre sin ocupaciones y cuando las tengo, generalmente alguien más las cubre por mí. Es mi tipo, líder nato, así funciono. Había ya terminado la tarea cuando me llegó la más brillante de todas las ideas, bueno, eso a mi parecer.

Me dije: Me iré, rentaré tiempo en un café Internet para escribirle algo; y lo hice. Me bañé, me arreglé, como si mi salida fuera a ser acompañar o encontrarme a alguien, llegué, le pedí al encargado una máquina, abrí el procesador de textos después de revisar si no estaba conectada en el mensajero y comencé a escribirle… Un poco tendido, un poco largo, pero sincero, todo para culminar con una frase que probablemente ha escuchado mucho ya:

¡Feliz cumpleaños Akire!

Al terminar, sé que no soy el hombre más original del mundo, pero sé muy bien que una felicitación tan insignificante como esta puede arrancarle una sonrisa y de ser así, su agradecida alma llenará la mía de emoción. Y cuando la vuelva a encontrar quizá recuerde la simpleza de mi felicitación.

// Lo escribí el 4 de Diciembre de 2010.


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