Palos
Me prefiero como hombre de palabra, que sabe cumplir aquello que promete con sinceridad; es bien sabido que de personas hipócritas está repleto el mundo, y que alguien de mi estilo es más, hoy en día que antes, una especie en peligro de extinción.
El mejor espejo para analizarlo todo es uno mismo. No hay más que agradecer el tiempo y la mucha enseñanza que ha derramado sobre uno; no soy nadie para sentirme mejor que nadie; solo existo, y ya, solamente eso.
Antes de hablar de alguien para mal o para bien le inspecciono perfectamente, mido probables consecuencias y efectúo mis actos de "bullying" por llamarlo de alguna forma. Hace poco notaba que mi don más grande es el de hacer enojar a las personas; soy un genio para eso, puedo hacer que el ser más pacífico del universo explote como olla de presión intencionalmente solo para conocerle en sus "peores" de manera honesta.
¿Y a mi estado de máxima sobriedad y soporte contra adversidades quién lo vence? No es fácil, pero se puede verme decaído y triste, se puede verme descontento e inconforme, pero enojado, realmente enojado, hace mucho que dejé esa particularidad fuera de mí; y vaya que he tenido razones para destruir cosas, pero el enojo no lleva a nada más allá de una liberación absurda y malintencionada de energía que como consecuencia trae malas situaciones al final del mismo.
El "hace mucho" que menciono, se remonta allá por mis años preparatorianos —hablamos de hace siete, aproximadamente—, en los que mi entonces jefe me visitaba en mi área laboral solamente para fastidiar, por el simple hecho de tener a alguien que se las pagara.
Después de esos constantes enfrentamientos contra mi propio yo alternativo despedazando cuanto hubiera en frente sentía esa deliciosa libertad y poder que solo el deshacer algo deja como satisfacción. Tiempo después mi jefe pasó la batuta de fastidioso al compañero de prisión y hasta hoy persona con nula percepción real.
No fue hasta que advertí mis peores días de frustración y tensión en los que el parálisis facial me obligó a portarme bien; a rechazar los dardos enemigos con mansedumbre e inteligencia y a usar la herramienta en mi favor para instruir a los postreros amigos.
Así hice, ayudé a muchos a mi paso aunque claro está que algunos de ellos quisieron agarrarme a palos por ayudarles sin que lo pidieran. El beneficio lo obtuvieron. Aprendieron, que es lo más importante. Hoy, para gusto de todos, los que han entendido mi manera de explicarles han hecho de esta instrucción algo especial en sus vidas, y ahora disfrutan de la empatía y el buen cotorreo.
El mejor espejo para analizarlo todo es uno mismo. No hay más que agradecer el tiempo y la mucha enseñanza que ha derramado sobre uno; no soy nadie para sentirme mejor que nadie; solo existo, y ya, solamente eso.
Antes de hablar de alguien para mal o para bien le inspecciono perfectamente, mido probables consecuencias y efectúo mis actos de "bullying" por llamarlo de alguna forma. Hace poco notaba que mi don más grande es el de hacer enojar a las personas; soy un genio para eso, puedo hacer que el ser más pacífico del universo explote como olla de presión intencionalmente solo para conocerle en sus "peores" de manera honesta.
¿Y a mi estado de máxima sobriedad y soporte contra adversidades quién lo vence? No es fácil, pero se puede verme decaído y triste, se puede verme descontento e inconforme, pero enojado, realmente enojado, hace mucho que dejé esa particularidad fuera de mí; y vaya que he tenido razones para destruir cosas, pero el enojo no lleva a nada más allá de una liberación absurda y malintencionada de energía que como consecuencia trae malas situaciones al final del mismo.
El "hace mucho" que menciono, se remonta allá por mis años preparatorianos —hablamos de hace siete, aproximadamente—, en los que mi entonces jefe me visitaba en mi área laboral solamente para fastidiar, por el simple hecho de tener a alguien que se las pagara.
Después de esos constantes enfrentamientos contra mi propio yo alternativo despedazando cuanto hubiera en frente sentía esa deliciosa libertad y poder que solo el deshacer algo deja como satisfacción. Tiempo después mi jefe pasó la batuta de fastidioso al compañero de prisión y hasta hoy persona con nula percepción real.
No fue hasta que advertí mis peores días de frustración y tensión en los que el parálisis facial me obligó a portarme bien; a rechazar los dardos enemigos con mansedumbre e inteligencia y a usar la herramienta en mi favor para instruir a los postreros amigos.
Así hice, ayudé a muchos a mi paso aunque claro está que algunos de ellos quisieron agarrarme a palos por ayudarles sin que lo pidieran. El beneficio lo obtuvieron. Aprendieron, que es lo más importante. Hoy, para gusto de todos, los que han entendido mi manera de explicarles han hecho de esta instrucción algo especial en sus vidas, y ahora disfrutan de la empatía y el buen cotorreo.
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