Nadie
Nadie me pidió que escribiera, nadie me pidió que lo hiciera; no hay convicción alguna, ni humor de hacerlo bien siquiera. Quiero dejar en claro, lo que la vida me aflige, me aflige porque estoy solo, lo dije. No con decoro, no hay valor alguno en medio de todo. Cuando me siento mal, me pongo triste y lloro, yo también quiero volar, ser como el ave libre, comenzar a aventurar, como estandarte erigirme. Dios tiene claro mi esfuerzo, deberá haber recompensa, sin afán de lograr mucho, ni que el karma se empobrezca. Quiero sacar mis males, liberarme de miedos, hablar siempre verdades, iniciar con mi denuedo.
Cuando escribo, parte de mí se queda ahí; intento ser honesto con lo que hago, aunque a veces lo esté pasando realmente mal y no quiera verme victimado. Quiero hablar, quiero reír, quiero tocar, besar, dar y recibir. Poco a poco dice el cuento, las instancias se van a cumplir, aunque duele, lo confirmo, el camino a devenir.
Quiero estar solo y alejarme de mí, quiero brillar como otros, aprender a sonreír, quiero ser un valiente; ser personaje central, en la historia de mi vida y de unos cuantos más.
Me piden que calle, que no diga más; que no exprese aquello que siento porque no hay una decisión por tomar. No lo creo, y lo admito, preferible sería escuchar ya, el desprecio y el rechazo, para seguir en mi andar.
No quería escribir en verso esto que he hecho y ya no sé cómo reponerlo, en fin, tendré que hacerlo a continuación, de modo que mal no se vea. El mérito del vivir reside en saber hacerlo, el amor ciega, el amor hiere si no es recíproco, y es difícil de hacerse un lado, hasta enfermizo.
La desesperación que acompaña al amor llega por el miedo a lo que no existe, el engaño masivo que el corazón produce en nuestro cerebro logrando hacernos perspicaces a cosas y eventos que en otras circunstancias jamás nos habrían inmutado.
El temor a la soledad hace que veamos ese camino como tortuoso, cuando la realidad es que muchos lobos solitarios han logrado grandes cosas; pero lo admitamos o no, nos duele serlo, y si logramos algo, mucho de eso es por el deseo de abandonar dicho estado emocional.
Probablemente no sé enamorarme de la persona correcta, o he puesto mi vista demasiado arriba quizá; no lo dudo ni un poco. Porque termino roto, termino desplomado y sin saber qué más...
¿No hay? ¿No existe alguien? ¿Será acaso que debo tolerar la cruda realidad que me acompaña y estar solemne en mi soledad? ¿Ver cómo todos los demás realizan su vida ostentosamente mientras yo, entre el murmullo ajeno ande, reducido a poco más que nada? ¿Es mi obligación? ¿Es un mérito? ¿Un hito? Algo me queda claro, no lo quiero.
No por mezquino u orgulloso, Dios sabe que le deseo lo mejor a otros también; pero me gusta lograr algo, lograr mucho, no por merecimiento, por convicción y seguimiento, por fortaleza y bendición divina.
Al final, Dios suple; eso dicen todos, eso espero que suceda, eso pido que pase. Te quiero, mujer. Nunca voy a dejar de expresarlo... Muerto o no, lo sabrás siempre.
Cuando escribo, parte de mí se queda ahí; intento ser honesto con lo que hago, aunque a veces lo esté pasando realmente mal y no quiera verme victimado. Quiero hablar, quiero reír, quiero tocar, besar, dar y recibir. Poco a poco dice el cuento, las instancias se van a cumplir, aunque duele, lo confirmo, el camino a devenir.
Quiero estar solo y alejarme de mí, quiero brillar como otros, aprender a sonreír, quiero ser un valiente; ser personaje central, en la historia de mi vida y de unos cuantos más.
Me piden que calle, que no diga más; que no exprese aquello que siento porque no hay una decisión por tomar. No lo creo, y lo admito, preferible sería escuchar ya, el desprecio y el rechazo, para seguir en mi andar.
No quería escribir en verso esto que he hecho y ya no sé cómo reponerlo, en fin, tendré que hacerlo a continuación, de modo que mal no se vea. El mérito del vivir reside en saber hacerlo, el amor ciega, el amor hiere si no es recíproco, y es difícil de hacerse un lado, hasta enfermizo.
La desesperación que acompaña al amor llega por el miedo a lo que no existe, el engaño masivo que el corazón produce en nuestro cerebro logrando hacernos perspicaces a cosas y eventos que en otras circunstancias jamás nos habrían inmutado.
El temor a la soledad hace que veamos ese camino como tortuoso, cuando la realidad es que muchos lobos solitarios han logrado grandes cosas; pero lo admitamos o no, nos duele serlo, y si logramos algo, mucho de eso es por el deseo de abandonar dicho estado emocional.
Probablemente no sé enamorarme de la persona correcta, o he puesto mi vista demasiado arriba quizá; no lo dudo ni un poco. Porque termino roto, termino desplomado y sin saber qué más...
¿No hay? ¿No existe alguien? ¿Será acaso que debo tolerar la cruda realidad que me acompaña y estar solemne en mi soledad? ¿Ver cómo todos los demás realizan su vida ostentosamente mientras yo, entre el murmullo ajeno ande, reducido a poco más que nada? ¿Es mi obligación? ¿Es un mérito? ¿Un hito? Algo me queda claro, no lo quiero.
No por mezquino u orgulloso, Dios sabe que le deseo lo mejor a otros también; pero me gusta lograr algo, lograr mucho, no por merecimiento, por convicción y seguimiento, por fortaleza y bendición divina.
Al final, Dios suple; eso dicen todos, eso espero que suceda, eso pido que pase. Te quiero, mujer. Nunca voy a dejar de expresarlo... Muerto o no, lo sabrás siempre.
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