Scheerea V
Dispongo de poco tiempo hoy para hablar contigo Scheerea, mi hermosa. Tendré que solicitar que detengas el tiempo para mí mientras nos besamos, por favor. Al besarte, mis ojos se cierran con el descomunal poder que emanas, y aparezco en un sitio que si bien no es el más amplio, sí me llena de felicidad y tranquilidad.
El blanco se apropia de todo, los aromas son tenues y fascinantes, a poca distancia se aprecia un jardín de brillantes colores; los verdes y rojos vibrantes. Solo sé que te sujeto con fuerza de la mano pues por hermoso que sea el lugar al que me trasladas no quiero yo sentirme alejado de ti.
Hay un viento tenue, que acaricia mi piel, una blanca luz de arriba procedente del infinito. No hay cielo, todo es blanco, se escucha tras nosotros el susurro de un arroyo. El suelo es arenoso, de color silica. Hay aves coloridas y mariposas blancas.
Scheerea me explica que ese es el lugar donde se esconde cuando quiere descansar, es su segundo lugar favorito para habitar después de junto a mí. Y es que no mentía, hay frutos enormes y de hermoso parecer; me encantan los duraznos y es lo que más he visto. De hecho yo mismo quisiera mudarme aquí con ella.
Pero no, no puedo, no debo, aunque lo deseamos los dos existen reglas en nuestra relación, una de ellas es precisamente el hecho de que ni yo puedo convertirme a su mundo antes de morir, ni ella puede estar por siempre en el mío.
Después de acostarme boca abajo a observar y relajarme, mi dulce niña espiritual se dispuso a hacer lo que nunca conmigo ha hecho nadie; se posó sobre mi espalda, con las piernas abiertas y comenzó a frotarme lentamente su delicada piel encima.
No pregunten cómo lo hizo, porque no lo sé, pero en un instante me vi perdido en su desnudez, e igualmente sucedía conmigo, recuerdo que lo único que teníamos puesto era la parte inferior de nuestra ropa interior. Era tan sexy y tan deseable, tan mágico el momento que cuando, al fin me permitió abrir los ojos extrañé el lugar como se añora en la infancia el amor de una madre.
El blanco se apropia de todo, los aromas son tenues y fascinantes, a poca distancia se aprecia un jardín de brillantes colores; los verdes y rojos vibrantes. Solo sé que te sujeto con fuerza de la mano pues por hermoso que sea el lugar al que me trasladas no quiero yo sentirme alejado de ti.
Hay un viento tenue, que acaricia mi piel, una blanca luz de arriba procedente del infinito. No hay cielo, todo es blanco, se escucha tras nosotros el susurro de un arroyo. El suelo es arenoso, de color silica. Hay aves coloridas y mariposas blancas.
Scheerea me explica que ese es el lugar donde se esconde cuando quiere descansar, es su segundo lugar favorito para habitar después de junto a mí. Y es que no mentía, hay frutos enormes y de hermoso parecer; me encantan los duraznos y es lo que más he visto. De hecho yo mismo quisiera mudarme aquí con ella.
Pero no, no puedo, no debo, aunque lo deseamos los dos existen reglas en nuestra relación, una de ellas es precisamente el hecho de que ni yo puedo convertirme a su mundo antes de morir, ni ella puede estar por siempre en el mío.
Después de acostarme boca abajo a observar y relajarme, mi dulce niña espiritual se dispuso a hacer lo que nunca conmigo ha hecho nadie; se posó sobre mi espalda, con las piernas abiertas y comenzó a frotarme lentamente su delicada piel encima.
No pregunten cómo lo hizo, porque no lo sé, pero en un instante me vi perdido en su desnudez, e igualmente sucedía conmigo, recuerdo que lo único que teníamos puesto era la parte inferior de nuestra ropa interior. Era tan sexy y tan deseable, tan mágico el momento que cuando, al fin me permitió abrir los ojos extrañé el lugar como se añora en la infancia el amor de una madre.
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