En el aburrido mundo de una ciudad pequeña, que tal es como un pueblito solamente, arrinconados entre sillas del café del lugar, hay varias personas tragando, escuchando música, escribiendo como obsesos en sus computadoras, platicando entre ellos, simplemente existiendo.
Levantarse por un café o no hacerlo, es cosa de pensar a veces; por ejemplo, a mí personalmente no es algo que me haga falta, la cafeína, es solamente una excusa para salir un rato a la calle a un entorno social, aunque me enclaustre con mis propios pensamientos mientras me clavo en las letras, ya sea escribiendo en el procesador de textos o leyendo algún libro que tenga a la mano. La vida es un verdadero fastidio, pero hay que hacerla suceder, y ni hablar.
Me gusta creer que soy alguien más, alguien que se oculta y desaparece entre los ríos de gente que vive al día; porque de alguna forma, también lo hago. Soy parte de una mancha urbana inmensa, sin forma, ni razón de ser, que existe para nutrir un monstruo insaciable que nos gobierna a todos.
El absurdismo es la monea de cambio en la actualidad, mientras más tonto e insignificante parezca algo, más fácil nos terminamos asociando con eso; llámese música, arte, personalidades... Cualquier cosa o persona que exalte la banalidad de la vida, termina cayendo en un pedestal incomprensible de halagos y reflectores, que terminan por capitalizar más nuestra incapacidad cognitiva limitada como sociedad.
El mundo es de los que se avientan a por todo, sin importar a quién pisoteen, a quien aplasten, a quien humillen. Y de ese mundo me cuesta mucho trabajo ser parte. Porque es un mundo en el que la empatía o el mutuo afecto no tienen cabida, está respaldado por la mentira, convertido en múltiples ciencias, culturas, disciplinas y economías. Segmentado y asociado por el solo hecho de "existir", aunque sea en la supuesta psique colectiva.
A veces imagino que nada de esto es real, que las personas son proyecciones de un pensamiento cansado que ya no distingue entre vigilia y desinterés. Caminamos todos sobre una cuerda floja tendida entre el tedio y el deseo de trascender, fingiendo que sabemos a dónde vamos. Nos repetimos que la vida tiene sentido mientras le damos forma a la misma confusión que nos anula, esperando que el ruido de fondo nos distraiga de lo que somos: animales con conciencia de su desgaste.
Y pese a todo, sigo escribiendo. No porque crea que las palabras cambien algo, sino porque necesito al menos un sitio donde mi mente no se sienta propiedad del sistema. En cada frase intento rescatarme del letargo, aunque sepa que nada se salva del polvo ni del tiempo. Escribir, después de todo, es el único acto de rebeldía que me queda: una manera torpe pero honesta de decirle al mundo que sigo aquí, resistiendo en silencio.
En el aburrido mundo de una ciudad pequeña, que tal es como un pueblito solamente, arrinconados entre sillas del café del lugar, hay varias personas tragando, escuchando música, escribiendo como obsesos en sus computadoras, platicando entre ellos, simplemente existiendo.
Levantarse por un café o no hacerlo, es cosa de pensar a veces; por ejemplo, a mí personalmente no es algo que me haga falta, la cafeína, es solamente una excusa para salir un rato a la calle a un entorno social, aunque me enclaustre con mis propios pensamientos mientras me clavo en las letras, ya sea escribiendo en el procesador de textos o leyendo algún libro que tenga a la mano. La vida es un verdadero fastidio, pero hay que hacerla suceder, y ni hablar.
Me gusta creer que soy alguien más, alguien que se oculta y desaparece entre los ríos de gente que vive al día; porque de alguna forma, también lo hago. Soy parte de una mancha urbana inmensa, sin forma, ni razón de ser, que existe para nutrir un monstruo insaciable que nos gobierna a todos.
El absurdismo es la monea de cambio en la actualidad, mientras más tonto e insignificante parezca algo, más fácil nos terminamos asociando con eso; llámese música, arte, personalidades... Cualquier cosa o persona que exalte la banalidad de la vida, termina cayendo en un pedestal incomprensible de halagos y reflectores, que terminan por capitalizar más nuestra incapacidad cognitiva limitada como sociedad.
El mundo es de los que se avientan a por todo, sin importar a quién pisoteen, a quien aplasten, a quien humillen. Y de ese mundo me cuesta mucho trabajo ser parte. Porque es un mundo en el que la empatía o el mutuo afecto no tienen cabida, está respaldado por la mentira, convertido en múltiples ciencias, culturas, disciplinas y economías. Segmentado y asociado por el solo hecho de "existir", aunque sea en la supuesta psique colectiva.
A veces imagino que nada de esto es real, que las personas son proyecciones de un pensamiento cansado que ya no distingue entre vigilia y desinterés. Caminamos todos sobre una cuerda floja tendida entre el tedio y el deseo de trascender, fingiendo que sabemos a dónde vamos. Nos repetimos que la vida tiene sentido mientras le damos forma a la misma confusión que nos anula, esperando que el ruido de fondo nos distraiga de lo que somos: animales con conciencia de su desgaste.
Y pese a todo, sigo escribiendo. No porque crea que las palabras cambien algo, sino porque necesito al menos un sitio donde mi mente no se sienta propiedad del sistema. En cada frase intento rescatarme del letargo, aunque sepa que nada se salva del polvo ni del tiempo. Escribir, después de todo, es el único acto de rebeldía que me queda: una manera torpe pero honesta de decirle al mundo que sigo aquí, resistiendo en silencio.