Quiero empezar ésta publicación con un tweet que acabo de publicar: "Qué terriblemente difícil es ser honesto con uno mismo. Salen las lágrimas y duele un montón, pero ya está, ya fue, hay que seguirle."
Qué nos hace fraternar con el fracaso, abrazándolo de tal manera que se vuelve una especie de marca, un estigma durante el largo de nuestra existencia, y conforme el tiempo pasa, volteamos atrás dándonos cuenta de lo mucho que hemos alcanzado; sin embargo seguimos sintiéndonos insignificantes, ¿a qué se deberá esa percepción tan miserable de uno mismo?
Y es que estamos parados en un punto de la historia en el que no importa lo mucho que nos esforcemos, si no somos capaces de alardear los logros, parecería que nunca ocurrieron. Decirle a nuestros conocidos, familiares y amigos, que conseguimos tal cosa, que viajamos a tal lugar, que adquirimos tal posesión, como si el valor llegara a partir de atribuciones externas y no desde la perspectiva pura y real de lo que estamos hechos.
Es deprimente, si me lo preguntan, saber que somos tan ínfimos como la cantidad de dinero que tenemos invertido, que el reconocimiento que algunos nos pueden dar está enteramente ligado a lo que vamos a ofrecer, resultando en un subsistir montado en algo que básicamente está destinado a desaparecer al cabo de muy poquísimos días.
Después llega la envidia, esa emoción que cuánto trabajo me ha costado desarraigar de mi ser; por más que me repito que no soy nada más que un viento vespertino que pronto pasará, la falsa humildad se apodera de mi persona, al tiempo que tanto en el cerebro como en el corazón soy consciente de lo mucho que me gustaría ser así, como los que tienen éxito, en lugar de estar atascado en la mediocridad.
Quisiera ser suficientemente valiente para reconocer cuando no puedo más, tener la voluntad de avanzar sin voltear a ver a otros, pero estoy bien seguro de que al día de hoy no he podido hacerlo; por más que lo intento, tiendo a tropezar, y eso provoca que tambaleen mis fundamentos, que me sienta mal, que crea que voy de bajada antes de poder ser libre. Sufro en silencio, sin que quede otra que continuar.
Porque al final, mañana amanecerá, y aquellas cosas en las que fallé hoy tal vez vuelvan a presentarse; probablemente la fortuna no me favorezca, pero siempre queda la chispa de esperanza en el aliento previo, una que observada a la distancia, en medio de la total oscuridad, marca el camino que hay que seguir, al menos hacia donde hay que voltear antes de caer de nuevo.
Quiero empezar ésta publicación con un tweet que acabo de publicar: "Qué terriblemente difícil es ser honesto con uno mismo. Salen las lágrimas y duele un montón, pero ya está, ya fue, hay que seguirle."
Qué nos hace fraternar con el fracaso, abrazándolo de tal manera que se vuelve una especie de marca, un estigma durante el largo de nuestra existencia, y conforme el tiempo pasa, volteamos atrás dándonos cuenta de lo mucho que hemos alcanzado; sin embargo seguimos sintiéndonos insignificantes, ¿a qué se deberá esa percepción tan miserable de uno mismo?
Y es que estamos parados en un punto de la historia en el que no importa lo mucho que nos esforcemos, si no somos capaces de alardear los logros, parecería que nunca ocurrieron. Decirle a nuestros conocidos, familiares y amigos, que conseguimos tal cosa, que viajamos a tal lugar, que adquirimos tal posesión, como si el valor llegara a partir de atribuciones externas y no desde la perspectiva pura y real de lo que estamos hechos.
Es deprimente, si me lo preguntan, saber que somos tan ínfimos como la cantidad de dinero que tenemos invertido, que el reconocimiento que algunos nos pueden dar está enteramente ligado a lo que vamos a ofrecer, resultando en un subsistir montado en algo que básicamente está destinado a desaparecer al cabo de muy poquísimos días.
Después llega la envidia, esa emoción que cuánto trabajo me ha costado desarraigar de mi ser; por más que me repito que no soy nada más que un viento vespertino que pronto pasará, la falsa humildad se apodera de mi persona, al tiempo que tanto en el cerebro como en el corazón soy consciente de lo mucho que me gustaría ser así, como los que tienen éxito, en lugar de estar atascado en la mediocridad.
Quisiera ser suficientemente valiente para reconocer cuando no puedo más, tener la voluntad de avanzar sin voltear a ver a otros, pero estoy bien seguro de que al día de hoy no he podido hacerlo; por más que lo intento, tiendo a tropezar, y eso provoca que tambaleen mis fundamentos, que me sienta mal, que crea que voy de bajada antes de poder ser libre. Sufro en silencio, sin que quede otra que continuar.
Porque al final, mañana amanecerá, y aquellas cosas en las que fallé hoy tal vez vuelvan a presentarse; probablemente la fortuna no me favorezca, pero siempre queda la chispa de esperanza en el aliento previo, una que observada a la distancia, en medio de la total oscuridad, marca el camino que hay que seguir, al menos hacia donde hay que voltear antes de caer de nuevo.