Sobreexigirte es un pésimo hábito.
Y lo peor es que se siente como lo correcto. Como si no hacerlo fuera traicionarte.
Como si parar tantito fuera rendirse del todo.
Pero no.
A veces solo estás cansado. Cansado de exigirte ser constante, fuerte, enfocado, impecable…
cuando por dentro ya ni sabes por qué empezaste a exigirte tanto.
Te sientes culpable por no poder con todo.
Y encima de todo, por sentirte mal por no poder con todo.
Es ridículo, pero lo haces. Y lo repites.
Porque así aprendiste a vivir: con el corazón apretado y el alma en overdrive.
Y lo más triste es que llega un punto en que ya ni sabes descansar sin sentir culpa.
Hoy solo quiero recordarme —y tal vez recordarte— que no pasa nada si aflojas un poco.
Que nadie se muere por dormir ocho horas.
Que no eres menos por detenerte.
Que la vida no se mide por cuánto logras, sino por cuánto te habitas.
Y a veces, habitarte… empieza por darte tregua.
Sobreexigirte es un pésimo hábito.
Y lo peor es que se siente como lo correcto. Como si no hacerlo fuera traicionarte.
Como si parar tantito fuera rendirse del todo.
Pero no.
A veces solo estás cansado. Cansado de exigirte ser constante, fuerte, enfocado, impecable…
cuando por dentro ya ni sabes por qué empezaste a exigirte tanto.
Te sientes culpable por no poder con todo.
Y encima de todo, por sentirte mal por no poder con todo.
Es ridículo, pero lo haces. Y lo repites.
Porque así aprendiste a vivir: con el corazón apretado y el alma en overdrive.
Y lo más triste es que llega un punto en que ya ni sabes descansar sin sentir culpa.
Hoy solo quiero recordarme —y tal vez recordarte— que no pasa nada si aflojas un poco.
Que nadie se muere por dormir ocho horas.
Que no eres menos por detenerte.
Que la vida no se mide por cuánto logras, sino por cuánto te habitas.
Y a veces, habitarte… empieza por darte tregua.